Darwin Bedoya, el soportador de terribles fríos y meditador del silencio, nos envía desde Juliaca un poema en prosa.
ALLÍ DONDE LOS OJOS EVITARON MIRAR
A veces llega entre el murmullo de la soledad y el repentino vuelo de un signo para enseñarme la danza de su aliento cuando la vida empieza a levantarse o cuando el silencio se pone a entonar las canciones que ya no puede callar mientras camina por la orilla de un río interminable.
Es en este minuto cuando una nube de palomas ciegas cruza el azul mientras descifran el eco de una voz que más parece el repentino vuelo de los augurios.
Cuando al atardecer yace la inmensidad ocurre que los vientos se detienen y comienzan a desplomarse las horas percibiendo el gemir de unas pequeñas sandalias que cruzan las aguas del arroyo donde se confunden los rostros de la verdad.
A esta misma distancia camina segura llevando consigo un tibio suspiro bajo su abrazo.
DARWIN BEDOYA (Moquegua, 1972)
A veces llega entre el murmullo de la soledad y el repentino vuelo de un signo para enseñarme la danza de su aliento cuando la vida empieza a levantarse o cuando el silencio se pone a entonar las canciones que ya no puede callar mientras camina por la orilla de un río interminable.
Es en este minuto cuando una nube de palomas ciegas cruza el azul mientras descifran el eco de una voz que más parece el repentino vuelo de los augurios.
Cuando al atardecer yace la inmensidad ocurre que los vientos se detienen y comienzan a desplomarse las horas percibiendo el gemir de unas pequeñas sandalias que cruzan las aguas del arroyo donde se confunden los rostros de la verdad.
A esta misma distancia camina segura llevando consigo un tibio suspiro bajo su abrazo.
DARWIN BEDOYA (Moquegua, 1972)
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