5/30/2007


Entrevista a Mario Bellatín

Publicamos la entrevista íntegra que le hace Yanet Aguilar Suaso del Universal de México a Mario Bellatín, a proposito de su nuevo libro: El gran vidrio (Anagrama, 2007):


-¿Se podría decir que todas tus obras tienen algo de ti?
-Mario Bellatin está en cada una y en ninguna al mismo tiempo, es el mecanismo mágico e incomprensible del afuera, de ser y no ser, involucrarme y al tiempo tener una gran distancia, sentir la necesidad, la pasión y el gusto por escribir, y también la aversión más espantosa y el odio más terrible, por el impulso que me obliga a escribir a veces es una bendición y otras un castigo.

-¿Cómo te diste cuenta que querías darte a través de la escritura?
-Fue un proceso muy largo, desde que comencé a escribir, a los 10 años traté de ordenar unos escritos bajo la forma de un libro, era un texto sobre perros, que retomé hace un par de años en mi libro Perros héroes. Ese libro de la infancia fue fundamental, advertí lo subversivo que es ejercer una práctica que no era aceptada ni por la familia.
Visto a la distancia es encomiable: cómo un niño de 10 años se preocupa por buscar una máquina de escribir antigua, mandarla a arreglar para hacer un libro obviamente primario sobre las razas de perros y salvadores de vidas.

-¿Qué dijo tu familia?
-Hubo un rechazo familiar y sorpresa de los amigos de la escuela, noté algo raro que se despierta cuando uno se dedica a la escritura. Lo primero que me dijeron mis padres es si se trataba de un trabajo escolar para ayudarme, como no fue así, me regañaron por robarle tiempo a la escuela. Fue mi primer libro rechazado, se los leí y se burlaron un poco, pero mi abuela lo guardó; por eso creo que hago libros tan extraños, porque estoy buscando nuevamente ese rechazo, para cerrar el círculo.

-¿Qué vino después del rechazo?
-Vinieron años muy negros, realmente espantosos, por eso trato de suplir eso a los jóvenes en la Escuela Dinámica de Escritores, darles las armas para enfrentar el camino; lo primero que me dijeron mis padres es "te vas a morir de hambre", que iba a caer en la bohemia o acabar en un hospital psiquiátrico.

-¿Eso marcó tu infancia?
-Sí, me hubiera gustado vivir más aventuras, ese es uno de mis sinos, mi familia es bastante tradicional, sin mucho interés por la cultura, es un núcleo familiar basado en las convenciones, muy rara vez se atreven a romper los moldes, a hacer cosas distintas.
En contraposición a esa infancia tranquila, tengo un hijo que hace todo lo contrario a como yo viví; él tiene 10 años, vive en Francia, toma un avión, viene sólo a México y regresa, habla cuatro idiomas, es un niño bastante mundano. Tadeo vive la vida que yo hubiera querido tener, la mía fue muy convencional, un padre que llega todos los días del trabajo, una madre que se queda en su casa viendo telenovelas.

-¿Fue difícil liberarte de una familia convencional?
-Quería irme antes pero me di cuenta de que era una tontería hacerlo sin tener una profesión, y fue bueno porque cuando estaba en la universidad escribí mi primera novela: Las mujeres de sal. En ese mismo año se abrió la escuela de cine de García Márquez en La Habana, conseguí la beca, pero estuve poco tiempo porque era un universo muy cerrado... la dejé pero me quedé a vivir en Cuba, fueron dos años maravillosos, cuando me cansaba de esa sociedad cerrada venía a México tratando de reconstruir mi mexicanidad truncada.
Pasa que cuando tenía algún problema o me cansaba algo decía: no importa, yo soy mexicano, esa nacionalidad me salvaba. Luego llegó un momento en que necesitaba tiempo y espacio para consolidar el lenguaje de mi escritura, volví a Perú en los años terribles de terrorismo, falta de agua, luz, de crisis total, pero conocía los mecanismos sociales para vivir, tenía mi bicicleta, mis perros y publiqué: Efecto invernadero, Canon perfecto, Salón de belleza y Damas chinas.
Entonces me di cuenta de que era el momento de regresar a México. Hice un viaje exploratorio en el que Tania Libertad me ayudó mucho y me dio refugió, volví a Perú y Alfonso de Maria y Campos, a cargo entonces de la Dirección General de Publicaciones del Conaculta, me mandó un fax con la oferta de publicar Salón de belleza. Con esa oferta me mudé a México, no me equivoqué, esa intuición o locura me dio resultado, he logrado hacer aquí una vida literaria.

-¿Qué no has podido contar de ti?
-Las verdades que cuento en mis libros no aparecen tan claras, esa suerte de confesión tiene su truco, no sé qué estoy contando a veces, el escritor es el último en leerse a sí mismo, él está pendiente de cómo construir un universo, cómo usar las palabras, del lenguaje, cómo decirle algo al lector, pero los contenidos yo nos los puedo leer cuando escribo.

-En una de las tres autobiografías de El gran vidrio, los padres están obsesionados con ponerle a su hijo una prótesis ¿eres tú?
-A partir de colocarme la prótesis desde muy niño desarrollé una dependencia con ella, de la cual logré liberarme recién hace tres años que fui al Ganges y la tiré al río, pasé dos años sin nada. Aunque no la necesito -porque mi falta de brazo es de nacimiento y tengo toda la movilidad-, me sirve para llenar el vacío, no necesito lo que vende la ortopedia: utilidad o disimulo; hago más cosas sin ella y ocultarlo me parece espantoso. Pasé dos años sin usar nada, sin embargo sentía que algo faltaba en el espacio... para llenarlo uso ésta, que no sirve pero me hace olvidar el vacío.

-¿Eres inquieto, provocador?
-Soy ambivalente, puedo pasar de la inmovilidad más absoluta al movimiento máximo, es la opción de los opuestos, vivo en los edificios del Buen Tono, en Bucareli, donde reina una paz impresionante, pero si camino unos pasos me encuentro en la esquina bulliciosa de Bucareli, Chapultepec y Cuauhtémoc. Sé que no podría encerrarme en un lugar bucólico o en una cabaña, pero tampoco podría trabajar en medio del ruido.

5/28/2007


Prólogo de Martín Adán

Publicamos un texto escrito hacia 1931 por Martín Adán, que contaba entonces con 23 años de edad, como prólogo para el libro Tren de José Alfredo Hernández; el texto casi elude su función y Martín Adán prefiere escribir un texto confesional :

"Este haber de opinar me incita tremendamente a confesarme; y he de contenerme; y, como no puedo, he de escribir sobre el autor como escribiría sobre mi propia obra o sobre Martín Adán. Pues la materia, la circunstancia, la mente, casi son las que fueran mías. Así como José Hernández principié yo mi vida o ventura de escritor, hasta cuando no sé qué puso término de impotencia o de fatiga a mi actitud.
"Al ímpetu o voluntad inicial, que es lucidez, criterio, designio, sucede en el poeta un tiempo y un estado que bien puede llamarse de cloquera. No hay aquí plena conciencia acaso, pero sí extrema vida. El poeta tiene el ojo rojo y calienta el huevo de la maravilla. Es un tiempo inhumano o humanísimo, como prefiriere el atento. Es un tiempo animal, y esto baste. Es tiempo de beodez en el rincón. Es tiempo de antojo, tiempo de cenestesia. Es el tiempo sacro en que la realidad perecedera, la humanidad, se salva, se reforma y se echa, por fin, a picotear en la gusanería del mundo.
"Vivir es como morir; morir es como escribir un verso. José Hernández está en el esforzoso principio, donde todo comienza, pero cercana, ya muy cercana, a la obra que será eterna, la de poesía; la poesía sin poética; la poesía sin musa; poesía monstruosa, como es la poesía. No puede haber inteligencia ‑¡ay, cuán tarde lo averiguo!‑ sino en el deseo y en el desencanto. Todo goce es estupidez, furia y frenesí. Poesía es goce. El que se propone salvarse debe asirse bien a su grito.
"José Hernández, felizmente, ignora aún tanta verdad melancólica. Sus poemas discurren serenos y bellos por tortuosos cangilones de poética. Hay angustia y profundidad de cauce, no de corriente. Nos hallamos ante un poeta de magnífico gusto, de excelente palabra. Impetremos para él la gracia de los dioses recientes, de los más violentos, de los más divinos. Esperemos confiados su descendimiento".

5/23/2007

Elogio de Blanca Varela (Por Mario Vargas Llosa. Diario Las Americas)


Llueven los premios sobre Blanca Varela –ayer el Octavio Paz de Poesía y Ensayo, el Ciudad de Granada, el Federico García Lorca, ahora el Reina Sofía- justamente cuando no está en condiciones de saberlo, pues se halla retirada y sola en un territorio que imagino tan privado, misterioso y mágico como su poesía. Pero, si pudiera enterarse, sé muy bien cuál sería su reacción: de maravillamiento y susto, porque, entre todos los poetas de este tiempo que me ha tocado conocer, no hay uno sólo tan ajeno a la feria de las vanidades y a la ilusión o a la codicia del éxito, como Blanca Varela.
Aunque, sin duda, la poesía haya sido la pasión más sostenida de su vida, para ella nunca fue un oficio, un quehacer público. Más bien, un vicio recóndito, inconfesable, cultivado en la clandestinidad, con celo y reserva tenaces, como si su exposición a la luz, a los ojos de los demás, pudiera dañarlo.
Que llegara a publicar esa media docena de libros ha sido una especie de milagro, más obra de la insistencia de sus amigos que de su propia voluntad. Entre esos lectores privilegiados a los que mostraba sus versos a escondidas estuvo Octavio Paz, que prologó su primer libro y la ayudó a ponerle título. (Ella quería que se llamara “Puerto Supe” y a él no le gustaba. “Pero ese puerto existe, Octavio”. “Ahí tienes el título, Blanca: Ese puerto existe)
La conocí a mediados de 1958, cuando ella y su esposo de entonces, el pintor Fernando de Szyszlo, hacían maletas para viajar a los Estados Unidos, donde pasarían dos años. Vivían en un estudio precario construido en una azotea del barrio limeño de Santa Beatriz. Yo partía en esos días a Europa y durante cuatro años no volví a verla, pero, sin embargo, desde ese primer día la quise y la admiré, como han querido y admirado a Blanca Varela todos quienes han tenido la fortuna de frecuentarla, de gozar de su generosidad y de su inteligencia, de esa manera tan cálida y tan limpia de entregarse a la amistad, de enriquecer la vida de quienes se le acercan. En medio siglo de amistad, sobre todo en aquellas largas reuniones de los sábados, la he oído hablar casi de todo. De esa generación de poetas del cincuenta de que formó parte, Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, que, con dos poetas de una generación anterior, César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, revolucionaría la poesía peruana, enclavándola en la vanguardia de la modernidad. De Breton y los surrealistas, de Sartre, Simone de Beauvoir y los existencialistas a los que conoció en los años que vivió en París. De sus filias y fobias literarias y de tanta gente que la impresionaba y que amó o detestó. Y la he oído, cómo no, muchas veces, ayudada por un par de whiskies para vencer su timidez, decir esas maldades y ferocidades impregnadas de tanta gracia y humor que hacían la felicidad de sus oyentes y que irremediablemente se volvían bondades porque Blanca, pese a haber pasado por experiencias muy difíciles y haber sido tan perceptible y tan sensible al dolor y al sacrificio, ha sido siempre un ser ontológicamente alérgico a toda forma de maldad, mezquindad e incluso a esas menudas miserias que resultan de la vanidad, el egoísmo y demás sordideces de la condición humana. Pero estoy seguro de no haberla oído jamás decir palabra sobre su propia poesía, y, en cambio, la he visto tantas veces, cuando la interrogaban sobre ella, escabullirse con frases esquivas y cambiar rápidamente de conversación.
Su poesía participa de esa misma reserva y, aunque alude a muchos temas, es de una parquedad glacial sobre sí misma. A diferencia de otras, a veces de alta estirpe, que se lucen y pavonean, orgullosas de sí mismas, la de Blanca Varela se retrae y disimula, mostrándose apenas en escorzos, y dejando sólo huellas, anticipos, a fin de que, nuestro apetito desatado por esos lampos de belleza, busquemos, indaguemos, lo que oculta en su entraña, ejercitando nuestra fantasía y volcando nuestros deseos para gozarla a cabalidad.
Discreta y elegante, como las hadas de los cuentos, la poesía de Blanca Varela ha ido apareciendo de tanto en tanto, con largos intervalos, en unos poemarios breves, ceñidos y perfectos, Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993) y, por fin, su poesía reunida, con dos recopilaciones inéditas, Donde todo termina abre las alas (2001). Cada libro suyo dejaba a su paso un relente de imágenes de engañosa apariencia, pues, bajo la delicadeza de su factura, sus juegos de palabras, la levedad de su música, se embosca una áspera impregnación de la existencia, una fría abjuración del ser en trance de vivir para morir. La vida late siempre en ellas, pero amenazada y en capilla, sometida sin cesar a ordalías atroces. En uno de sus más intensos poemas, de Ejercicios materiales, la vida (“más antigua y oscura que la muerte”), aparece transfigurada en una ternera a la que acosan miles de moscas, un patético animal impotente para defenderse de las menudas bestezuelas que la atormentan. La fuerza del poema reside en que consigue hacernos sentir que aquel destino no es sólo lastimoso, que hay en él cierta inevitable grandeza, la de los héroes de las tragedias clásicas, que morían sin resignarse, resistiendo, a sabiendas de que la derrota sería inevitable.
Así ha resistido Blanca la adversidad y las pruebas a que está sometida toda vida, con gran coraje y estoicismo, y con una elegancia natural, inconsciente. Toda su vida trabajó, en trabajos alimenticios que afrontaba con buen humor y empeño –periodismo, relaciones públicas, librera, editora-, creciéndose hasta lo indecible, con temple de hierro, ante las vicisitudes más duras, incluida la más terrible de todas: la pérdida de su hijo Lorenzo, en un accidente de aviación, hace once años. Al mismo tiempo, siempre hubo en ella el ser que escribía, un ser frágil, delicado, inseguro, sensible, indefenso por su inconmensurable decencia e integridad ante las vilezas y ruindades cotidianas de este mundo sórdido, de frustraciones y traiciones, por el que ella siempre consiguió pasar incontaminada, sin hacer una sola concesión, sin desfallecimientos ni cobardía. Ésa es la historia que relata su avara y sutil poesía, bajo sus inusitadas metáforas, y sus extrañas exploraciones en el mundo de las cosas menudas, los insectos, los rumores del mar, los pájaros marinos, las voces del arenal y los paisajes del cielo.
A fines de los años setenta, cuando, más por amistad hacia mí, que se lo pedí, que porque la tarea la entusiasmara, Blanca resucitó el centro peruano del P.E.N., viajamos juntos a esas conferencias y congresos que convoca aquella organización de escritores que por tres años me tocó presidir. En Egipto, en Dinamarca, en Alemania, en España recuerdo a Blanca haciendo esfuerzos denodados para pasar inadvertida, para ser invisible, y la angustia que la sobrecogía cuando no tenía más remedio que intervenir (lo hacía en voz baja y veloz, en un francés monosilábico, pálida y demacrada por el esfuerzo). Y, sin embargo, todos los que se codearon con ella y la conocieron en aquellas reuniones, la recuerdan y siempre voy encontrando por el mundo poetas y escritores que me preguntan por ella, porque en esos fugaces encuentros su inconfundible manera de ser, su halo, su varita, su silencio locuaz, su encanto involuntario, los chispazos luminosos de su inteligencia, se les grabaron en la memoria, y les dejó el convencimiento de haber entrevisto a un ser fuera de lo común, a una mujer de carne y hueso que estaba también hecha de sueño, gracia y fantasía.
Pese a ella misma, en los últimos años, poco a poco, la poesía de Blanca Varela ha ido conquistando dentro y fuera del Perú los lectores y la admiración que merecía, rompiendo el círculo entrañable en que hasta entonces estuvo reducida, y muchos poetas jóvenes, sobre todo mujeres, se han ido acercando a ella, buscando su amistad y sus consejos. Eso debe haberla hecho feliz, sin duda: sentir que estaba viva entre los seres más vivos que tiene la existencia, que son los jóvenes, y, sobre todo, saber que su poesía no sólo a ella la había hecho vivir y defendido contra el infortunio, que también a otros ayudaba y daba fuerzas para soportar la existencia y ánimos para escribir.
Blanca, queridísima Blanca: yo siempre lo supe, pero qué bueno que en este invierno callado de tu vida, cada vez más gente lo sepa también, y te lea, te quiera, te premie y reconozca en ti toda la inmensa sabiduría, talento y humanidad generosa que has contagiado a tu alrededor, con que has escrito y vivido la poesía.


©Mario Vargas Llosa, 2007. ©Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SL, 2007.
Los Sartoris

Copiamos una breve reseña de la familia Sartoris una da las familias que pueblan las obras de William Faulkner:


“...con Sartoris descubrí que mi propia parcela de suelo natal era digna de que se escribiera acerca de ella y que yo nunca viviría lo suficiente para agotarla, y que mediante la sublimación de lo real en lo apócrifo yo tendría completa libertad para usar todo el talento que pudiera poseer, hasta el grado máximo. Ello abrió una mina de oro de otras personas, de suerte que creé un cosmos de mi propiedad.”


Los Sartoris son una de las familias más antiguas del condado de Yoknapatawpha y una de las más mencionadas en las obras de Faulkner. El origen del nombre de la familia se narra brevemente en el capítulo inicial de Requiem for a nun. Los una vez aristocráticos Sartoris, propietarios de esclavos antes de la guerra civil estadounidense son protagonistas de dos novelas de Faulkner, Sartoris (una reelaboración de los temas de una anterior obra, Flags in the dust (Banderas sobre el polvo), título que prefería Faulkner) y The Unvanquished (Los invictos, 1939), y de un buen número de historias cortas, y aparecen mencionados en otras obras del autor. El nombre Sartoris se emplea también para designar a la plantación familiar, situada, según el plano de Yoknapatawpha aparecido en Absalom, Absalom!, a cuatro millas al norte de la ciudad de Jefferson, junto a la línea férrea de los Sartoris.
El Coronel John Sartoris (1823- 4/11/1876), es el legendario progenitor de la familia Sartoris en Yoknapatawpha. Es el primogénito de una familia nacida en Carolina, tiene un hermano, Bayard, y, aparentemente, varias hermanas, la menor de las cuales, Virginia Du Pre, se trasladará a Yoknapatawpha en 1869.

John Sartoris llegó a Jefferson hacia el año 1837, y construyó la plantación de los Sartoris. Se casó con una hija de Rosa Millard y tuvo tres hijos, dos hijas cuyos nombres no son revelados en ninguna novela, y un hijo, Bayard, nacido en Septiembre de 1849. En The Unvanquished, sin embargo, Bayard no menciona a sus hermanas, y sólo sabremos que su madre murió al darle a luz. En cualquier caso, y dejando aparte las posibles inexactitudes en las genealogías de Faulkner, John Sartoris es viudo al iniciarse la guerra civil, cuando él y Thomas Stupen reúnen el primer regimiento de soldados confederados del condado y parten hacia Virginia a luchar. Elegido Coronel en principio, un año después es destituido por la tropa y vuelve a Mississippi donde reúne una unidad de Partisan Rangers y se une al ejército de General Nathan Bedford Forrest. El éxito de sus incursiones causan que la Unión ponga precio a su cabeza. Tras la guerra es obligado a casarse con Drusilla Hawk, prima de su primera mujer, pero el día de su boda mata a Calvin Burden y a su hijo mayor, también llamado Calvin, cuando estos se manifestaban en Jefferson por los derechos civiles de los recientemente liberados esclavos. Con este crimen, Sartoris evita la elección de Cassius Benbow, un hombre negro, como candidato a U.S. Marshall. En los años posteriores a la guerra, Sartoris se convierte en político y en hombre de negocios, construye una vía férrea, completada en 1876, y se presenta como candidato a la Legislatura del estado, derrotando a su antiguo socio, B.J. Redmond, quien en un ataque de ira motivado por años de continua rivalidad decide matar a Sartoris. Aunque conoce las intenciones de Redmond, decide esperarle desarmado, como le explica a su hijo en The Unvanquished: "Estoy cansado de matar hombres; no me importa si es necesario o si existe una razón. Mañana, cuando vaya a la ciudad a encontrarme con Redmond, iré desarmado"

Confirmando su predicción, Sartoris muere por los disparos de Redmond el 4 de septiembre de 1876 (En Flags in the dust, el apellido es Redlaw, y la fecha inscrita en la lápida de Sartoris es 4 de agosto)

Faulkner modeló conscientemente el carácter del Coronel Sartoris a partir del de su bisabuelo, William Clark Falkner, y varios de los hechos atribuidos a Sartoris (especialmente el ser destituido por sus tropas, construir un ferrocarril y morir a manos de un antiguo socio) le ocurrieron de la misma forma a Falkner.

Siendo uno de los principales ciudadanos del condado de Yoknapatawpha, el Coronel Sartoris, aparece o es mencionado en muchas obras de Faulkner, aparte de las dos novelas sobre los Sartoris: The sound and the fury, Light in August, Absalom, Absalom!, The hamlet, Go down Moses, Requiem for a nun, The town, The mansión, The reivers, "Barn burning", "Shall not perish", "Mi grandmother Millard" y "There was a quenn".

Bayard Sartoris I (1838-1862), Hermano del Coronel John Sartoris y de Virginia Du Pre. Su nombre, que sería el de varios de sus descendientes, procede de Pierre Terrail, Seigneur de Bayard, un héroe militar francés, llamado "le chevalier sans peur et sans reproche" por su valor y su caballerosidad en las campañas italianas de Carlos VIII, Luis XII y Francisco I de Francia. Durante la guerra civil Bayard Sartoris se alistó como jinete y ayuda de cámara en la caballería de Jeb Stuart. Murió por los disparos de un cocinero de la Unión en una descabellada incursión para capturar un cargamento de anchoas.

Virginia Du Pre Sartoris (1839-1929), la hermana menor del Coronel John y de Bayard Sartoris, nacida en Carolina. Se casó con un hombre apellidado Du Pre que murió durante la guerra civil. Cuando fue a vivir con los Sartoris en Mississippi en 1869 (según Flags in the dust) tenía treinta años, de ellos "dos de esposa y siete de viuda" Indomable y de voluntad de hierro se hizo cargo de la casa familiar y sobrevivió a todos los Sartoris varones, excepto a Benbow, su tataranieto. También es conocida como "Tía" o "Miss" Jenny. Aparece en Sartoris, Sanctuary (como Genevieve Du Pre), The Unvanquished, Requiem for a nun (como Mrs Depre), The town (como la vieja hermana de Bayard), "All the deads pilots" (como Virginia Sartoris) y en "There was a quenn".

Coronel Bayard Sartoris II (Sept. 1849- Dic 1919), tercer hijo y único varón del Coronel John Sartoris, nacido en la plantación al norte de Jefferson. Se crió junto al esclavo de la familia, Ringo, al ser los dos aproximadamente de la misma edad, en la casa familiar de los Sartoris, durante la guerra civil. Sus primeros juegos inocentes pronto se convertirían en serios por los acontecimientos de la guerra, primero cuando hieren a un soldado de caballería de la Unión que les encañonaba y después cuando tratan de vengarse del Mayor Grumby, responsable de la muerte de su abuela, Rosa Millard. Pasados los años, el joven Bayard rehuye la violencia para solucionar sus problemas mientras espera para vengar la muerte de su padre a manos de B.J. Redmond. Desarmado, Bayard se enfrenta a Redmond, quien le dispara dos veces fallando ambos tiros; poco después Redmond abandona Jefferson para siempre, tal como lo relata Bayard en The Unvanquished.

Bayard aparece en Sartoris, donde es frecuentemente llamado Coronel o "Old" Bayard, el viejo Bayard. Casado, tuvo un hijo llamado John, muerto en 1901. Fue uno de los ciudadanos más destacados de Jefferson, siendo alcalde de la ciudad hacia 1894; posteriormente fundó el Merchants and Farmers Bank siendo su presidente hasta que fue obligado a abandonar el cargo a causa de su edad.

Sus intentos de preservar las tradiciones y la herencia cultural, le llevaron a tomar medidas extremas, tanto en su hogar, donde sólo se le podía llevar en carruaje, como en la ciudad, donde promulgó leyes que prohibían la circulación de vehículos con motor por las calles, y (según "A rose for Emily") obligó a los sirvientes negros a aparecer en público llevando un delantal. Irónicamente, murió de un ataque al corazón mientras viajaba en el coche de su nieto Bayard.
A parte de las dos novelas de los Sartoris, es mencionado en "My grandmother Millard" y aparece en The hamlet, Requiem for a nun, The town, The mansion, The reivers, "The bear", "A rose for Emily" y "There was a quenn".

John Sartoris II. Este hijo del Coronel Sartoris se casó con Lucy Cranston y tuvo dos hijos gemelos, Bayard y John. Luchó en la guerra entre España y Estados Unidos y murió en 1901 a causa de la fiebre amarilla contraída en la guerra. Aparece en Sartoris y "There was a quenn".

John Sartoris III (16 de marzo de 1893- julio de 1918), y Bayard Sartoris III (16 de marzo de 1893- 5 de junio de 1920) Los hijos gemelos de John Sartoris II y Lucy Cranston.

John III, estudió en la Universidad de Virginia y en Princeton, antes de alistarse en la Royal Air Force y convertirse en piloto durante la primera guerra mundial. Fue abatido y murió tras las líneas enemigas en julio de 1918, aunque la fecha difiere según las dos novelas. Aparece también en "All the dead pilots" y "There was a quenn"

Bayard III, estudió en la Universidad de Virginia y luego aprendió a pilotar en Memphis, donde conoció y se casó con Caroline White. Durante la primera guerra mundial se alistó en la R.A.F. y fue destinado a Europa. Cuando su hermano fue abatido él se responsabilizo de su muerte. Mientras sobrevolaba el Atlántico de vuelta a casa. El 27 de octubre de 1918, su mujer y su hijo recién nacido, a quien meses antes de nacer había decidido llamar Bayard, mueren. De vuelta a casa, en 1919, se casa con Narcisa Benbow. Fue causante involuntario de la muerte de su abuelo, el viejo Coronel, mientras le llevaba a pasear en su nuevo coche. Se convirtió en piloto de pruebas de aviones, y murió manejando un aparato que él sabía inseguro en Dayton, Ohio, el 5 de junio de 1920, según reza en su lápida en la novela Sartoris. El mismo día, su mujer dio a luz a su hijo, Benbow (Bory) Sartoris. Bayard Sartoris III aparece también en The town, The mansion, "Ad astra" y "There was a quenn".

Benwob (Bory) Sartoris (11 de junio de 1920-?), aunque su tía Jenny quiso llamarle John, su madre, Narcisa, decidió ponerle de nombre su apellido de soltera. El único superviviente masculino de la familia Sartoris y el único que no se llamó o John o Bayard. Aparece en Sartoris, Sanctuary, The town, The mansion, "Knight’s gambit" y "There was a quenn".

(Fuente: ellamentodeportnoy.blogspot.com)

5/22/2007



Texto escrito por Pablo Neruda:


Oda a César Vallejo

A la piedra en tu rostro,
Vallejo,
a las arrugas
de las áridas sierras
yo recuerdo en mi canto,
tu frente
gigantesca
sobre tu cuerpo frágil,
el crepúsculo negro
en tus ojos
recién desenterrados,
días aquellos,
bruscos,
desiguales,
cada hora tenía
ácidos diferentes
o ternuras
remotas,
las llaves de la vida
temblaban
en la luz polvorienta
de la calle,
tú volvías
de un viaje lento, bajo la tierra,
y en la altura
de las cicatrizadas cordilleras
yo golpeaba tus puertas,
que se abrieran
los muros,
que se desarrollaran
los caminos
recién llegado de Valparaíso
me embarcaba en Marsella,
la tierra
se cortaba
como un limón fragante
en frescos hemisferios amarillos,
tú te quedabas allí,
sujeto a nada,
con tu vida
y tu muerte,
con tu arena cayendo, midiéndote
y vaciándote,
en el aire,
en el humo,
en las calles rotas del invierno.
Era en París, vivías
en los descalabrados hoteles de los pobres.
España
se desangraba.
Acudíamos.
Y luego
te quedaste
otra vez en el humo
así cuando
ya no fuiste, de pronto,
no fue la tierra
de las cicatrices,
la piedra andina
la que tuvo tus huesos, sino el humo,
la escarcha
de París en invierno.
Dos veces desterrado,
hermano mío
de la tierra y el aire,
la vida y la muerte
desterrado
del Perú, de tus ríos,
ausente
de tu arcilla.
No me faltaste en la vida,
sino en muerte.
Te busco
gota a gota,
polvo a polvo,
en tu tierra,
amarillo
en tu rostro,
escarpado es tu rostro,
estás lleno
de viejas pedrerías,
de vasijas
quebradas,
subo
las antiguas escalinatas,
tal vez
estés perdido,
enredado
entre los hilos de oro,
cubiertode turquesas,
silencioso,
o tal vez
en tu pueblo,
en tu raza,
grano
de maíz extendido,
semilla
de bandera.
Tal vez, tal vez ahora
transmigres
y regreses,
vienes
al fin
de viaje,
de madera
que un día
te verás en el centro
de tu patria,
insurrecto,
viviente,
cristal de tu cristal, fuego en tu fuego,
rayo de piedra púrpura.

5/15/2007


Posteamos aquí el prólogo que nos hizo el poeta José Pancorvo para la muestra poética que publicamos:


LA SERPIENTE EN LA ANTÁRTIDA SONORA

En el British Museum hay doce tablas de cerámica provenientes de la biblioteca misma de Asurbanipal: la famosa epopeya de Gilgamesh. Se conservan fragmentos de versiones sumerias y acadias que van hasta el siglo XXI –el otro, por supuesto-.
Gilgamesh, el semidiós rey de Uruk, era muy duro y orgulloso, por lo que los dioses le hicieron formar un grupo con otros compañeros de parecidas cualidades. Cuando aparece el monstruo Khumbaba “con voz de trueno y aliento fuerte como el viento”, se aterrorizaron los pusilánimes súbditos de Uruk. Pero sus amigos tienen buenos sueños premonitorios y, después de rendir culto al dios de la luz, el rey vence al monstruo.
Fallece su principal camarada, Enkidu, y Gilgamesh compone una lamentación. Más adelante se va a buscar a Utnapashtin el inmortal, quien en un arca salvó del diluvio universal a un grupo humano y diversa fauna. Para llegar el rey de Uruk pasa por pequeños trabajos como el atravesar todo el Mar de la Muerte. Arribando, Gilgamesh le pide su consejo para obtener la inmortalidad. Utnapashtin le dice que deberá hallar y usar una hierba que crece al fondo mismo del mar. El héroe se sumerge, la encuentra y se la lleva. Pero en el camino, cuando entró a bañarse en un río, viene una gran serpiente y se levanta la hierba preternatural.
Gilgamesh solloza. Invoca a su muerto amigo Enkidu para que lo ilumine. Éste viene del mundo de los muertos y lo esclarece acerca de la vida de ultratumba. Así acaba.
El primer poema épico y arquetípico. El protagonista es un poeta rey héroe. Nos muestra los provechos de estar en grupo; de al mismo tiempo ejercitar la soledad; de afrontar al monstruo tufón. Nos muestra la serpiente sabidaza que suprime las locas ilusiones.
Aunque el ofidio puede tener algunos significados desagradables, todos los símbolos, desde los más deslumbrantes hasta los más repelentes, significan algo negativo por el lado de sus carencias o defectos, y algo positivo por sus cualidades. Así en la Biblia el león simboliza tanto a Jesucristo –por su realeza- como a Satanás –por su ferocidad egoísta-, y recomienda ser “sencillos como las palomas y sagaces como las serpientes”.
Y nos hemos de vuelta al siglo XXI –éste-. Cuando nos habemos en Letras de San Marcos o en la calle de los qilqakamáyoq a veces he escuchado a la distancia a los del Club de la Serpiente hablando entre ellos. Me sorprendía siempre el timbre de voces. Indudablemente debe haber una ley psicosomática entre el tipo de almas y sus hablas.
Siempre las voces de los del Club se destacaban por una sonoridad como dirigida hacia un campo extraordinario, aún a pesar del tema cualquiera. Con un eco psíquico que repercute como en varias paredes, como en una casa vacía: en una vasta morada desierta pero asombrosa. Por contraste los grupos pedestres conversantes por ahí se quedaban en una gama utilitaria o superficial. Voces algo parecidas a las de los auténticos poetas sólo he podido apreciar en algunos paracaidistas, y en algunos escasísimos religiosos que aún practicaban la oración profunda. Y en los mejores de los oficios o artes caracterizados por su noble trato con la muerte.
Las voces del Club de la Serpiente se escuchan en un contexto histórico muy especial. Cuando aún impera el gran Kumbhaba de la modernidad –para ser más exactos, la pseudo modernidad, con todo su séquito post, hiper y neo-, cuya peligrosidad ha disminuido por haber entrado en un feo proceso de demencia senil, pero cuyos alaridos y resoplos mandones siguen siendo aterradores o seductores según el grado de alerta de la víctima. No especificaré más, pues casi todos tenemos alguna complicidad con Khumbaba, y un ejemplo concreto podría tocarnos algún punto sensible, o aún peor.
Los timbres del metal poético del Club de la Serpiente contrastan con los ululatos del innoble engendro. El Club es candidato fuertísimo para ser el grupo más grupo de los 2000, lo que es confirmado por este libro. Ha sido más duradero como agrupación efectiva que casi todos los relucientes grupos de los 80 y 90.
La mayoría son de Bibliotecología y los otros de Literatura y Filosofía. Son especialidades que predisponen a la amplitud. Ya que hemos mencionado antigüedades, recordemos los papiros en que desde el siglo XXIV se aconseja vivamente dedicarse a los libros. Ideal además para épocas especiales de gran formación o deformación. De los siglos VI al XIII, por ejemplo, la gran mayoría de los poetas eran bibliotecarios filósofos. Más cerca, los poetas de la Academia Antártica eran asiduos bibliófilos. Dicho de paso, en un papiro del siglo XVII A.C. Enej recomienda a su hijo tener mucho cuidado con la demasiada cerveza –sí, cerveza- y las mujeres casadas: parece que el progreso de la Humanidad no ha sido precisamente el más alto en los aspectos más substanciales.
Pero el lado grupal del Club se enriquece con su conciencia de la soledad. El Club es una federación de soledades, pero que apuntan a una intuída morada común, a la vez muy lejana y muy interior. La soledad es un pasaje de fondo en este libro, en que se oye con frecuencia su retumbo.


Me llama el tiempo como una espada clavada… así te siento, así escucho tu grito entre los árboles… Hundimos la espada en la mejilla más clara de la muerte… El momento de regresar a mis orígenes no ha llegado... Los ríos del paraíso cantan/ Tu nombre con soterrada indolencia… No muestre tu andar/ Ausencia de morada… Mi sombra/ Grande Oscura/ Sigue la línea/ Ondulante que rodea/ La tranquila sensación/ De no estar de mi cuerpo… Sólo los ángeles viven/ Libres ante la civilización… La sierpe se arrastra por el desierto el de espejos…

Hay lances con el tono visionario auténtico –ni retórico ni miope-. Voces de soledades atentas que sienten la grandeza y el trabajo de la vocación; y la frialdad general del mundo de Khumbaba; y la ordinaria inaccesibilidad a la comunicación profunda de las almas.

Es el misterio de esa mitad de tu vida/ La que intento descifrar… Hoy encontré una lágrima/ La he guardado en la refri… La alarma/ Y la sinuosa sensación del frío/ En nuestros piel/ Reconocen los hilos invisibles… Fuiste creadora de vanas ilusiones/ Que llegan como granizo/ Sobre mi cicatriz ensangrentada… Escribe… labor titánica impuesta en un desierto de treinta y cuatro kilómetros de largo por ochenta kilómetros de ancho… Llegó tarde a la Antártida: “Aquí nos quedamos hasta el fin…”

Se nos llevó a una Antártida de belleza, soledad y voces. Dentro del claro de poesía. Dentro de poetas. Poetas y voces del Club. De la Serpiente. Por el cambio de piel emblema del rejuvenecimiento y de la resurrección. Por ello está en la copa del médico semidiós. Y en la representación del futuro del pasado inmemorial que se redobla. Persistente e indisoluble. La serpiente apunta iluminada. Ondulando entre los milenios nocturnos, burlando al mundo.

5/10/2007



David Jiménez:

VENUS TENTADA


Está frente al espejo examinando el reflejo de sus cabellos, los dedos inútiles tocan deliciosamente la cabellera excitada. Un pedazo de sol brilla en su habitación y acaricia con delirio su piel de hechizos. El reflejo tímido de su rostro influye en el deseo que recorre su vientre: cortarse los cabellos con la ayuda de sus dientes oscuros. Enciende la radio, la vieja melodía de una canción se desnuda en sus oídos, asoma su tristeza animal.

Va en busca del tiempo (sortilegio y suicidio) Evoca su imagen de niña, una niña desnuda corriendo tras la sonrisa de un ángel, un ángel que le desolla el vientre y se lo llena de gritos y muertas caricias. Palidecen los hombros de la doncella. Bruscamente recuerda a Eva, primera mujer, venus tentada, la condenada a ser solo una costilla, la elegida para ser ultrajada por la serpiente.



Frank Turlis Martínez:

SIN REDENCIÓN

Pensamientos obscenos
Miradas ajenas se apoderan de mi vientre
Nostalgia que viene ahogando la alborada
Marioneta barata del cielo lúgubre
Quizá el silencio sea el culpable
Monótonos brazos recogen el cántaro dañado
Las hojas secas caen lentamente en mi cama
Pie lisiado que se oculta.
Gino Roldán:
ON THE ROAD

Un hombre de sienes plateadas

Una mujer de voluptuoso plástico cuerpo rojo

Un revolver

Un auto que visto desde un helicóptero se desplaza

a lo largo de la carretera

y atraviesa /

puentes /

avisos luminosos /

y a una morena Pin-up que divinamente fuma un cigarro

Marlboro.

Un cielo alumínico sobre tus ojos tus espaldas

Un túnel y su boca ancha y las nubes que se alejan

Algunas percepciones y comentarios

El perderse y reencontrarse

como un astro luminoso y rodante

sobre la carretera

A medio camino entre las sustancias /

la lucidez

o simplemente

Un desplazarse libre / con el aliento /

el corazón entre las manos /

y brillar

Soportar el paso la embestida de los siglos

Ser consciente de tu cuerpo tu peso la velocidad

El desvanecerse y renacer entre hojas de fuego

Y entonces un hombre

una mujer

un auto

y un revolver

Bajo los cables de luz tan brillantes

los cercos eléctricos

y las estrellas.




Henry Miranda:

FÉNIX

Hoy encontraré el infierno
en ti, en nosotros, en el amor.
Seré las ventanas de tu cuarto,
para tomarte cuando abras …
tus cortinas.

Queriéndote con pasión, unidos
por la piel, los labios y el corazón .
Será con fuerza, como siempre:
Amándonos, buscaremos el placer,
estando en ello.

Sería un dia más de amor, a solas,
complementando nuestros movimientos,
con mucha euforia ,energía y sudor,
irradiando calor, sintiendo de cerca …
el éxtasis.

Estaremos ardiendo, atra-besados,
agitados, bebiendo nuestra intima miel,
aplacando la sed que nos tenemos,
liberando nuestro instinto, sin cansancio,
pidiendo MÁS.

Respirando frenéticamente, a dúo,
nos miraremos con ojos de fuego,
nos abrazaremos sin detenimiento, apretados,
apretados nos incendiaremos y nuestras cenizas …
quedaran entremezcladas .


Manuel Vargas:

ILUSIONES

Fuiste creadora de vanas ilusiones
Que llegaron como granizo
Sobre mi cicatriz ensangrentada.
Alrededor de tus frágiles hombros
Escribiste el destino de nuestra infame aventura
Una y otra vez
Escribías,
Una y otra vez
Sobre la misma línea
Que descubría el paso del tiempo
Cuando ocultabas ante mis ojos
Las oscuras melodías que descubrías
Sólo para aventureros privilegiados.
Donde respirarás ahora el aire corrompido
Por tantas fantasías irrealizables
Y destinadas al infierno por agraciados ángeles
Que confesaron ser nuestros amantes
Una y otra vez .




Raúl Solís:
ZIGGY STARDUST
(primera versión)
El canto triunfal
De tu voz de luciérnaga ancló en mi Tercer planeta.
Tu corazón de caimán
En luz ámbar besó la armónica de los Paraísos de Imán
Fuiste animal andrógino:
Mitad-bestia, mitad-hombre, que devoró a la oculta
Simiente del dios.
Siempre despertabas
En la fantasmal noche de un fauno enloquecido que corrió
Aullando en los prados de Marte.
Amaste, reíste
Y le cantaste a una princesa de fuego que se incendiaba
En el firmamento de tu genio.
El eco dorado
De tu guitarra eléctrica llegó hasta los oídos de la sublime
Némesis, quien cuidaba de tus excesos.
Fuiste faro
Cautivo, mar de cristales ensangrentados, roca
En los satélites de tu desolación.
Escuchaste airoso
La música de los bastardos celestes que se drogaban a las
Puertas de una catedral enferma.
Volviste a amar,
Follaste bellamente bajo los lirios que sonreían al estío
De tu soledad.

Flores lilas caen sobre la lápida azul de tu tumba.



Rubén Landeo:


DESIERTO



A la hora del minutero o del segundero, a la sombra de un árbol en extinción, una guitarra desencaja al viento y un pedazo de tela al medio de un desierto de treinta y cuatro kilómetros de largo por ochenta kilómetros de ancho, busca un oasis inexistente.



¿Morirá? ¿Vivirá? El aedo cuenta las travesías del extraño, a la luz de la luna, al reflejo del espejo. El espejo distorsiona la dirección de la historia, el aedo es el protagonista, ahora, escribe sus memorias, es un célebre escritor de mentiras, antaño era el murmullo del viento y la memoria de un pueblo.


El aedo escribe sus memorias, para no perderlas, imágenes tras imágenes se suceden, posibilidades: un par de lentes, amoríos, rostros compungidos, rostros extasiados, máscaras nacaradas, y mil y un etcéteras en la cabeza de este escritor, mientras tanto, un ciempiés recorre una galería de arte todos los días de sus días, y el aedo olvida traducir los signos de las tramas precolombinas, más bien, escribe la historia de otros hombres que se bifurcan en la sombra de los milenios, labor titánica impuesta en un desierto de treinta y cuatro kilómetros de largo por ochenta kilómetros de ancho.
Wilver Moreno Tineo:

VAGABUNDO Y SUEÑO

Antes descubría mis dedos en parques antiguos y holgados, retorcía mis aromas y destilaba, bajo los puentes, los deseos ocultos de mis sienes.

Carecía de dolor y detenía mis pulsiones con escombros de adobes que coleccionaba desde antes de mi nacimiento.

Mentía constantemente, corregía mi deseo de emanciparme y descubría los olores prohibidos con seguridad de insecto abrasivo.

Era mala espina y no me importaban los dedos que me señalaban cuando cruzaba los desperdicios de mis rastros.

Mentaba verdades a mis falsas palabras; comía, dormía y me untaba la vida con afección certera y malla metálica.

Era pequeño y sumiso por los grises aconteceres de mi vida futura y por los pecados henchidos de mis mayores.

Ahora, todo se ha olvidado; las falsas pasiones sometidas y los viejos olores, aunque me envuelven, no me comprometen ya a su negrura.

Estoy más viejo que nunca: tengo canas disueltas y mis arrugas parecen espuelas de orugas reinas.

Mis odios están sumidos en la maceración perpetua de los recuerdos y mis lealtades están protegidas en cofres de madera húmeda para que su memoria se haga de tierra eterna.

Hoy, agotado, sólo espero la muerte, la final consecución que me atrape en el desenlace de mi ser, mi oscura solución, efímera y definitiva.

5/08/2007


Frank Turlis Martínez:


Bendición solar
(1° versión)

Soy luz
Cuando retorno a tu mirada
a tu silencio


Bendición solar
(2° versión)

Sol
Por tu bendición soy ser luminoso
Vuelvo a tu mirada
Vuelvo a tu silencio

(Foto: el poeta a los seis meses de edad)

5/03/2007

La vida en un paraíso triste

Por Julio Cortázar

Nací en Bruselas en agosto de 1914. Signo astrológico, Virgo; por consiguiente, asténico, tendencias intelectuales, mi planeta es Mercurio y mi color es el gris, aunque en realidad me gusta el verde. Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia; a mi padre lo incorporaron a una misión comercial cerca de la legación argentina en Bélgica, y como acababa de casarse se llevó a mi madre a Bruselas. Me tocó nacer en los días de la ocupación de Bruselas por los alemanes, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Tenía casi cuatro años cuando mi familia pudo volver a la Argentina; hablaba sobre todo el francés y de él me quedó la manera de pronunciar la "r" que nunca pude quitarme.
Crecí en Banfield, pueblo suburbano de Buenos Aires, en una casa con un gran jardín lleno de gatos, perros, tortugas y cotorras: el paraíso. Pero en ese paraíso yo era Adán, en el sentido de que no guardo un recuerdo feliz de mi infancia: demasiadas servidumbres, una sensibilidad excesiva, una tristeza frecuente, asma, brazos rotos, primeros amores desesperados, Los venenos es muy autobiográfico. Estudios secundarios en Buenos Aires: maestro normal en 1932. Profesor normal en Letras en 1935. Primeros empleos, cátedras en pueblos y ciudades de campo, paso por Mendoza en 1944-1945 después de enseñar siete años en escuelas secundarias. Renuncio a través del fracaso del movimiento antiperonista en el que anduve metido, vuelta a Buenos Aires.
Ya llevaba diez años escribiendo, pero no publicaba nada o casi nada (el tomito de sonetos, quizás un cuento). De 1946 a 1951, vida porteña, solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano, lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético. Traductor público nacional. Gran oficio para una vida como la mía en ese entonces, egoístamente solitaria e independiente.

(Carta de Julio Cortázar a Graciela Maturo enviada desde París el 4 de noviembre de 1963, e incluida en el libro Julio Cortázar y el hombre nuevo, de Maturo)