5/10/2007



Rubén Landeo:


DESIERTO



A la hora del minutero o del segundero, a la sombra de un árbol en extinción, una guitarra desencaja al viento y un pedazo de tela al medio de un desierto de treinta y cuatro kilómetros de largo por ochenta kilómetros de ancho, busca un oasis inexistente.



¿Morirá? ¿Vivirá? El aedo cuenta las travesías del extraño, a la luz de la luna, al reflejo del espejo. El espejo distorsiona la dirección de la historia, el aedo es el protagonista, ahora, escribe sus memorias, es un célebre escritor de mentiras, antaño era el murmullo del viento y la memoria de un pueblo.


El aedo escribe sus memorias, para no perderlas, imágenes tras imágenes se suceden, posibilidades: un par de lentes, amoríos, rostros compungidos, rostros extasiados, máscaras nacaradas, y mil y un etcéteras en la cabeza de este escritor, mientras tanto, un ciempiés recorre una galería de arte todos los días de sus días, y el aedo olvida traducir los signos de las tramas precolombinas, más bien, escribe la historia de otros hombres que se bifurcan en la sombra de los milenios, labor titánica impuesta en un desierto de treinta y cuatro kilómetros de largo por ochenta kilómetros de ancho.

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