Por JOSÉ GÜICH
Treinta años después de la desaparición de Luis Hernández (Lima, 1941-Buenos Aires, 1977), las poco claras circunstancias que rodearon su muerte aún constituyen señuelo para concitar la atención pública, más allá de los cenáculos y cofradías que podrían atribuirse o no la vigilancia sobre la obra de un poeta absoluto y entrañable. El trágico final de Hernández en Argentina, durante los días de la salvaje dictadura militar presidida por Videla, continúa inevitablemente asociado al misterio. Entre tantas historias, es factible que cayera víctima de la represión, acostumbrada a genocidas prácticas de “limpieza social” en las calles de Capital Federal y otros conglomerados urbanos del país. Encarpetado como suicidio, el caso aún aguarda una solución convincente.
Apartándonos de la crónica policial, surge en el escenario otra antología, de aspiraciones conmemorativas, esta vez diseñada por Edgar O´Hara, quien ya ha sido responsable de compilaciones y ediciones críticas a propósito del autor. Como atractivo adicional, el volumen incluye un dossier fotográfico, estructurado con imágenes del archivo de Herman Schwarz. La soñada coherencia se propone brindar una muestra de los registros intimistas de Hernández, quizá algo eclipsados por poemas más lúdicos y celebrados, o aquellos sostenidos por el diálogo con los referentes culturales (la música, la pintura, el cine) que moldearon un universo sin precedentes en la poesía peruana (exceptuando a Eguren). Para ello, O´Hara ha preferido trabajar su selección con el material de los cuadernos y manuscritos sueltos que el autor de Orilla, Charlie Melnik y Las constelaciones (los tres libros de LH publicados en vida) elaboró cuidadosamente, a lo largo de varios años, en su mayoría destinados a sus amigos próximos.
En esas caligrafías, aparecen los que sin duda son sus mejores versos de temática amorosa. Redescubrir esta zona de una escritura tan personal y sujeta a la mitificación -por razones evidentes-, solo confirma la calidad del poeta, siempre mayor que su leyenda. Hernández no envejeció: ha sobrevivido a la canonización y al fetichismo, cuando no a la morbosidad biográfica. Un breve texto, en particular, conmociona tanto por su belleza transparente y luminosa, como por el hecho de vincular al ser amado, a la donna angelicata, con una desgarradora condición de “exiliado interior”, de foráneo en un mundo hostil e insensible: “Extraña es tu alma, Amor/ Más extraño aún/ Quien te ama”.
En su tonalidad de viejo y sabio epigrama, el poema rubrica sin atenuantes que en un creador de tales contornos resulta inútil separar el lirismo y la sorpresa de metáforas inauditas, especialmente porque estas nacen de la sencillez y de las palabras cotidianas. Y porque los actos del poeta siguen siendo de los más solitarios sobre la Tierra, como LH, querido Gran Jefe Un Lado del Cielo, predicó hace ya tantas lunas, mientras contemplaba el océano, origen de los dioses.
Autor: Luis Hernández
Título: La soñada coherencia
Edición de Edgar O´Hara.
Editorial: Mesa Redonda (252p.)
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