2/26/2007



El poeta vuelve al bar

Entrevista con Enrique Verástegui una mañana de un lunes en La Molina

POR PACO MORENO

Dicen que conversar con los poetas los lunes por la mañana da buena suerte. Sin embargo, a la casa de Enrique Verástegui, no sólo acudo en busca de buena suerte sino también de noticias.
Es una mañana apacible en La Molina. El ruido se ha quedado en el centro de la ciudad. Una que otra persona camina sin apuro por las calles, bajo las sombras que dan las casas golpeadas por el sol del verano. A lo lejos, el silbato de un heladero resucita una vez y otra vez.
Veo que en la puerta de la casa del poeta las plantas y las flores crecen generosamente. Las cortinas están semiabiertas, como las ventanas. Toco el timbre una sola vez y, como si me estuviese esperando, sale el mismo Verástegui con su cabeza de brócoli, con un pantalón jean, una camisa crema, unos lentes enormes en sus manos. Veo que ha perdido peso, algunos años y, como el sol de esta mañana, también sonríe.
¡Qué bueno que lo encuentro! —digo.
—Es que es lunes —dice el poeta.
Entramos en su sala. Fotografías en blanco y negro hablan en las paredes. Unas botellas de ‘Pisco Verástegui’ inquietan la sed, pero son sólo de exhibición (del negocio de su hermana). Una ‘Pentium IV’ reposa a un costado. En el centro de la sala, rodeado por unos muebles muelles, en una mesita-mostrador se exhiben algunos ejemplares de su vasta obra: Los cuatro textos que conforman su libro Ética: Monte de goce, Taki Onqoy, Ángelus Novus, Albus; el muy celebrado En los extramuros del mundo (un ejemplar de la primera edición: Lima: Milla Batres, 1972); Praxis, asalto y destrucción del infierno (1980); La máquina del poema (1983); Poiésis (1985); El motor del deseo (1987); Modelo del teorema (1997); etc. Entre tantos libros suyos, hay un texto nuevo, breve, de pasta verde, como recién salido de la imprenta.
—Es la nueva edición Yachay Hanay, que es el primer texto de Albus, libro que pertenece a Ética y que suma 250 páginas. Lo acabo de presentar en el Yacana Bar hace unos días; pero, a pedido del público, lo volveré a presentar este 14 de marzo en el Centro Cultural España, a las 7:40 de la noche —informa el poeta.
¿Quién lo editó?
— Walter Espinoza Ramírez, un joven editor que impulsa la casa editorial Ventana de Medusa.
Cree que son los jóvenes quienes lo leen más. Dice que tiene mayor empatía con ellos, sobre todo, con ellas. Aclara que, a pesar de sus 56 años de edad, aún es ese jovenzuelo poeta que sueña con un mundo solidario y sin guerras. Los entendidos indican que en Verástegui siempre vivirá un joven, un adolescente: bohemio, inconforme, iconoclasta, exagerado, enamorador y enamoradizo, buscador de cosas nuevas.
“Dueño en vida de una leyenda, semejante a la de Martín Adán o a la de Luis Hernández, la del poeta capaz de vivir precaria pero victoriosamente en los intersticios del sistema, Verástegui es vivo ejemplo de lo que puede hacer un poeta de talento…” escribió el poeta y académico Marco Martos.
Yo hablo poco y escucho mucho, de modo que, cuando converso con un lacónico, la cosa no anda tan bien que digamos. Sin embargo, es una mañana de lunes y Verástegui está irreconocible. Habla, pero no tanto. Si hablara tanto como escribe, faltaría cinta para grabarlo todo. Se queda callado de rato en rato, y yo le lanzo preguntas en busca de novedades. — ¿Qué pasó con su novelón de 800 páginas?
—Ah, “El sueño de una primavera de occidente” se la he obsequiado a la profesora argentina de griego y latín Alba Delia Fedeo. Ella labora en la Universidad de Mar de Plata. El editor Germán Rentería hizo la edición en Lima y sólo falta publicarla. Ya saldrá algún día.
¿Y su libro de ensayos “El análisis de la poesía”? De quinientas páginas, ¿no?
—Un poquito menos. Ese libro está en manos del editor Casimiro Ramírez, quien además prepara una tesis sobre mi Ángelus Novus. Me dijo, hace poco, que otras urgencias no le han permitido sacarlo aún, pero que pronto saldrá a la luz.
¿Supongo que tiene otros libros que esperan?
—Así parece. Me gustaría que salga ya “El saber de las rosas”. Lo tiene el editor Paolo de Lima. Yo tengo paciencia, porque en nuestro medio, la publicación de un libro es lo que más se tiene que esperar, y yo sigo en lo mío que es escribir.
Predestinado para la escritura, Enrique Verástegui nació en Cañete el 24 de abril de 1950. Se enamoró tempranamente de la poesía o ¿la poesía se enamoró de él? Nadie sabe. Fue un niño lector y muy católico (hasta ahora lo es). En aquellos tiempos de su primera comunión solía leer tres libros diarios. En su conocido autoexilio de Cañete declaró para la revista “Caretas”: “A los cinco años de edad terminé Las Mil y una noches y muchos otros cuentos, a los nueve años ya conocía toda la poesía peruana. Hoy, soy el mismo adolescente de siempre (…) Actualmente leo ‘tan sólo’ un libro por día”.
Hacia 1970, por sugerencia-orden de su padre, ingresó en San Marcos a estudiar Economía. Poco tiempo después, con su África Look y su cigarro, tocó la puerta de Hora Zero que un mes antes había sido fundado por los poetas Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz en el entonces Café Lux, cerca de la Plaza Francia de Lima.
—Yo me quedé en ese grupo hasta 1971. Siempre trataba de que los integrantes de Hora Zero no se peleasen tanto con los poetas de las generaciones anteriores. Ellos habían escrito un manifiesto parricida. Dicen que fue en el bar Palermo, donde también nació el grupo narración —dice.
Hacia 1972, Milla Batres Editorial publicó su libro En los extramuros del mundo, y lo lanzó a la fama de los que saben. Enamoradísimo de su musa Carmen Ollé, luego escribió tanto hasta convertirse en uno de los poetas más reconocidos en Latinoamérica. Verástegui escribe sin reparar en la extensión del libro. Sus cuatro textos que conforman Ética, por ejemplo, suman 1200 páginas.
Cuando transcurrían sus 26 años de edad, en medio de la dictadura de Francisco Morales Bermúdez, en 1976, gana la prestigiosa Beca Guggenheim de Nueva York. Entonces, para escribir y estudiar, viaja a Barcelona, a Mahon, a las islas Baleares y a París.
—Vivía cerca de la Torre Eiffel y la veía todos los días —recuerda.
Al volver a Lima, se dedicó a la poesía y a la bohemia hasta que cierto día, para ordenar ciertas cosas de su vida, volvió a Cañete. Allí terminó Ángelus Novus y escribió “El sueño de una primavera de occidente”. Pasó 16 años hasta que de pronto su mamá decidió volver a Lima y el poeta volvió con ella. “Vivo con mamá porque es una de las mejores formas de vivir. Para mí, la familia es muy importante; por eso, agradezco tanto a Carmen Ollé y a Vanessa (mi hija) todas las cosas bellas que han hecho por mí.”
Ahora está de nuevo en Lima, en La Molina; esperando que sus libros salgan a la luz; estudiando todos los días desde las seis de la mañana; escribiendo y leyendo horas y horas; anhelando, como siempre, una computadora portátil multimedia para escribir sus nuevos libros que “ya están organizados en su mente”.
—No es nada cómodo escribir en ‘Pentium IV’. La portátil se parece más a un libro, a un cuaderno, y me facilitaría mi trabajo —dice.
Mientras espera su portátil, sedentario como siempre, Verástegui sigue trabajando como un adolescente en una búsqueda constante de lo nuevo, lo desconocido, que la cultura celta, que la física cuántica, que la nueva matemática del siglo 21, que la lógica, que la cibernética, que las nuevas tecnologías del siglo, que la mística... Sin embargo, se ha propuesto salir un poco más. Así, después de meses, por ejemplo, ofrecerá un recital este 28 de febrero en el bar Mochileros de Barranco, a partir de las 7 p.m. El poeta vuelve al bar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Verastegui es un poeta experimental
Verastegui es un poeta prosaico
ergo
Verastegui no es un poeta, es alguien que dice ser un poeta.

Anónimo dijo...

Si es alguien que dice ser un poeta, entonces no es poeta y eso es injusto...Cualesquiera que haga poesia ya es un poeta. Verastegui es un tipo que rompe esquemas y no hay porque rotularlo. Ante todo queda el texto.