3/07/2007


García Márquez cumple 80 años: aprendiendo en el Caribe con el mito.


GARCIA MARQUEZ HISTRIONICO, ENTRE CARRUAJES Y MURALLAS DE CARTAGENA.
POR LUIS SARTORI


Un viernes cualquiera, de mañana, Gabriel García Márquez —un mito en vida— acomoda diarios en la sala Alvaro Cepeda Samudio de su Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, en Cartagena de Indias, caribe colombiano. Está por comenzar la última jornada del taller "Releyendo el Periódico", con editores de diarios de América latina y España. El maestro, como le encanta que le digan, desentierra de entre los papeles un ejemplar de su "Cien años de soledad". Lo toma con la derecha y le apunta sin verla a la ventana a sus espaldas. Hace como que lo tira. Y estalla su gran sonrisa.

Es la misma con la que sonríe en el cuadro solitario del salón blanco: foto mural en la pista de un aeropuerto. Son los años 70 junto a Cepeda Samudio, el gran amigo de Barranquilla "con aire de chofer de camión y al mismo tiempo de contrabandista de sueños", ya fallecido, a quien homenajeó en el penúltimo capítulo de "Cien años...".

Este es uno de los pocos talleres que Gabo dedica a editores. En los otros, con periodistas jóvenes, solía aporrear el oficio de corregir, reescribir y titular. Ahora, en cambio, le atribuye a los editores la responsabilidad del arquero: la última barrera contra los errores del equipo. "Ustedes responden ante el lector por la calidad. Hacen el trabajo más importante del diario", exagera. Y se pone serio.

Cuando se pone serio, García Márquez junta cuatro arrugas dispersas en la frente, y deja que sus anteojos de leer se le sienten sobre la nariz. Se sumerge en un párrafo larguísimo de una noticia cualquiera de un diario elegido al azar. Casi no respira: "Para leer esto habría que ser experto en submarinismo".

"El Universal", el primer diario donde trabajó —500 días entre 1948 y 1949— quedaba en la misma calle San Juan de Dios donde hoy está su Fundación. Apenas 20 metros separan aquel edificio, ahora la Lotería de Bolívar, de esta casa de periodistas instalada en enero de 1998. Dos testimonios coloniales, sobre una callecita de juguete, a la sombra de la iglesia del santo de los esclavos cartageneros, San Pedro Claver.

De blanco impecable, hasta los mocasines sin medias, ni sentado abandona Gabo su cartera de colgar de cuero. Siempre le asoma una lapicera negra en el bolsillo superior de la camisa. Es un maestro informal y relajado, de derecha rápida para la corrección sobre el diario o el autógrafo de trazo redondeado. Cuando una idea no lo atrapa, juega con la tapa de su botellita de agua mineral, sin gas.

Le preocupa "la influencia cultural y económica de Estados Unidos". Y la influencia del inglés. "Es una fatalidad. Es inevitable. Pero la academia (la Real Academia) tendrá que aceptarla. Yo estoy al frente en esta batalla, pero la vamos a perder".

Inquieto por el tema, sin embargo no deja de contar la historia del entonces Bill Clinton presidente de los Estados Unidos y Noticia de un Secuestro. "Porque el cuento —dice, y repite— hay que contarlo entero, y siempre". Ahí va: "Un día 17 me llamó Clinton para que le adelantara el libro. Pero no estaba editado; ni siquiera corregido. Como insistió, llamé a mi agente y le pedí que le enviara la versión no definitiva de la traducción al inglés. El 18, Clinton me mandó un escrito. Decía: ahora sí entendí el problema de la guerrilla en Colombia".

Gabo vuelve a sonreir. Alguien acaba de recordar que uno de los diarios presentes perpetró cierta vez un homenaje involuntario al ex jefe de la Casa Blanca: donde debió decir Clinton, se publicó Calenton.

Y el cuentero guajiro, el hombre que escribió su propia vida como se escribe una novela, ahora se despide suavecito de sus visitas. Hasta la próxima.

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